Sumario

La Visión de ...

Jaime Izquierdo Vallina

Comisionado para el Reto Demográfico
del Gobierno de Asturias

La aldea del futuro: intergeneracional, cosmopolita y gestora de la naturaleza
Conocimientos campesinos para reconciliar a la humanidad con la biosfera
Actualizar y volver a hacer rentables las formas de vida de las aldeas

Fotografías: Rose F. Solís, PIXABAY, Felipe Cuenca Díaz

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La aldea fue la primera estructura urbana creada por la humanidad para aprovechar los recursos naturales locales con la finalidad principal de producir alimentos. Las aldeas, por así decirlo, eran pequeñas “fábricas” de alimentos, biodiversidad y paisaje estratégicamente distribuidas por el territorio, que utilizando las energías renovables del medio se encargaron de darnos de comer durante milenios, desde la revolución neolítica hasta la consolidación de la producción mecanizada, intensificada y globalizada de alimentos que propició la Revolución Industrial, y que se consolidó definitivamente a mediados del siglo XX.

Su principal virtud radica en la forma primigenia de relación con la naturaleza. La aldea estaba organizada en economía circular, cíclica, biotecnológica, ambientalmente responsable y sostenible. Además, gracias a eso, contribuyó decididamente a aumentar la biodiversidad creando miles de variedades de plantas, árboles frutales y razas autóctonas; a retener el carbono en el suelo, con lo que incrementaba la fertilidad y evitaba su emisión a la atmósfera; a crear una bien ajustada relación simbiótica, o de control poblacional, con las especies silvestres; y, por último, acabó por crear unos medidos e inteligentes agroecosistemas locales (dehesas, pastizales de montaña, sistemas de huertas…) que constituyen los más valiosos y diversos paisajes rurales del país y son el cimiento principal de la gran biodiversidad de España.

Ahora que las comunidades campesinas han abandonado las aldeas, esos agroecosistemas se están perdiendo. Los genuinos y canónicos paisajes de naturaleza y cultura campesina han entrado en regresión, lo cual afecta a la pérdida de biodiversidad y es la causa principal del incremento del riesgo de incendio por acumulación de biomasa combustible. No es buena noticia que la parte salvaje de la naturaleza se esté comiendo a la parte culta, ni es buena noticia tampoco que sigamos produciendo legislación conservacionista y normas al margen de la historia ecosocial y agroecológica local de los territorios de naturaleza campesina, de los pueblos y de las aldeas, ni que sigamos sin buscar alternativas para recuperar, actualizar y hacer viables los conocimientos campesinos de gestión y ordenación del territorio.

Paradójicamente, los grandes principios a los que aspiran ahora los discursos ambientalistas y las declaraciones institucionales para reconciliar a la humanidad con la biosfera, ya los habían puesto en marcha las humildes y sabias comunidades campesinas desde las aldeas. Lamentablemente, la política, la ciencia, la técnica y la academia en las que nos formamos y educamos desde las ciudades en la segunda mitad del siglo XX —y en las primeras décadas del XXI— no repararon en la importancia de los conocimientos campesinos, y por eso no fueron tenidos en cuenta como fundamentos esenciales para saber tratar a la naturaleza y gestionar el territorio rural.

Es de especial relevancia la rehabilitación de la perspectiva campesina como cultura local de intervención territorial y del propio campesino como profesión, como forma de vida, como oficio esencial para la humanidad y la correcta gestión local de la tierra. Los campesinos del futuro no serán solo agricultores agroecológicos, sino que, como a su manera fueron sus antepasados, serán gestores integrales del campo que, entre otras funciones y tareas, también producirán alimentos, pero que sobre todo gestionarán de forma regular, cíclica y sostenible su sistema agroecológico local (SAL).

La nueva economía de la aldea y la configuración de una nueva comunidad intergeneracional dentro de ella, a la que deberíamos aspirar, será la resultante de una combinación de opciones económicas vinculadas al manejo SAL, la puesta en marcha de comunidades energéticas renovables para aprovechar el sistema energético local (SEL) y la integración de un nuevo sistema local de empresas (SILE), vinculado a nuevas opciones económicas para pequeñas empresas (turismo rural, servicios sociales, hostelería, artesanía, diseño, innovación..) y al asentamiento de nuevos vecinos (profesionales liberales, artistas, teletrabajadores…).

Para ello es urgente tomar conciencia del problema al que nos enfrentamos con la pérdida de la aldea y del campesinado, tanto para dar a conocer conceptualmente qué es y para qué sirven, como para volver a dar forma, restituir, reavivar, rehabilitar, actualizar, dar valor y hacer rentables, atractivas y gratificantes su singular economía y formas de vida, ahora perdidas y olvidadas. El objetivo es que el campesino del siglo XXI encuentre su lugar y su prestigio en la sociedad contemporánea y que las aldeas sean lugares donde sea posible desarrollar una vida plena.